Fausto (Faust: Eine deutsche Volkssage), 1926
Friedrich Wilhelm Murnau
Friedrich Wilhelm Murnau
Murnau, maestro del expresionismo y sin duda uno de los más grandes directores del entonces puntero cine alemán, tras alcanzar la fama con películas clave en la historia del cine como Nosferatu (1922) o El último (1924), se embarcó en la difícil empresa de adaptar Fausto, la poliédrica obra cumbre de su compatriota Johann Wolfgang von Goethe. Sería ésta su última obra alemana, pues poco después decidió emigrar a los EEUU como tantos otros directores de su tiempo, rodando allí películas como Amanecer, aunque nunca llega a encajar en un Hollywood donde primaba y prima tan sólo la recaudación en taquilla y que pronto le comienza a dar la espalda, proceso que se agudiza por la oposición de Murnau a disimular su homosexualidad. Por desgracia, su carrera se vio tempranamente truncada por un accidente de tráfico y nunca llegó alcanzar allí la fama que otros directores en análoga situación, como Fritz Lang o Ernst Lubitsch.
En Fausto decidió no ceñirse a la secuencia narrativa de Goethe, sin dejar de lado la carga filosófica de ésta pero evitando el salto que se produce entre las dos partes de la obra de éste, utilizando a su antojo las distintas versiones existentes del mito de Fausto y favoreciendo con ello al ritmo de la película, la cual ha envejecido mucho mejor que la mayoría de sus coetáneas y no sólo por su potencia visual. Además, le da a la historia su particular toque inquietante y gótico, con gran presencia de lo sobrenatural, ambientándola en una Edad Media teutónica de miedo y oscuridad, en una ciudad sacudida por la peste tras la llegada de Mephisto.
Fausto es la sublimación del hombre, persiguiendo siempre una meta que no puede alcanzar, lastrado por las limitaciones de su condición humana. Encerrado en su estudio, rodeado de libros, Fausto ha abandonado el mundo exterior, sumergiéndose en su búsqueda de la sabiduría, cuando recibe la visita del astuto diablo. Éste le ofrece un trato a cambio de su alma, el dar satisfacción a sus más profundos deseos, tanto físicos como intelectuales. Un acuerdo que no puede evitar aceptar y que le deparará grandes decepciones.
Mephisto, el diablo, es interpretado por Emil Jannings en una actuación antológica, de una expresividad inigualable que logra arrancar más de una sonrisa por medio de sus irónicos gestos y muecas. Es esta cualidad la que convierte a Jannings en el personaje capital del film, utilizado sabiamente para aligerar la historia, pese a ser el erudito Fausto el protagonista (Gösta Ekman).
Película imprescindible.
Alex
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